TERRITORIOS TRANSVERSALES de CHRISTIAN VILLAMIDE.

En este recorrido por su obra, Christian Villamide nos deja latente sus sentimientos hacia la naturaleza desde una óptica conceptual; no sólo buscando la belleza sino también invitándonos a acercarnos al arte a través de una profunda reflexión, que con gran sutileza transmite por medio de sus esculturas realizadas en mármol, material que somete a su antojo, o a través de los  collages, en los que nos hace pensar en una naturaleza tan bella como vulnerable.

Pero este lenguaje plástico se abre a más expresiones y como artista multidisciplinar que es, introduce en el espacio de la galería Bus Station Space, otras dos propuestas, por un lado la instalación y por otro el vídeo. En ambas manifiesta la transformación y la evolución de nuestra sociedad con respecto a su entorno, provocándonos a reflexionar cuál es nuestro papel.

La obra de Christian Villamide en su amplia trayectoria artística ha sido premiada en numerosas ocasiones y está representada en diversos Museos y Colecciones.

Comisario de la exposición: José Luís Rey Barreiro.

Texto para el catálogo realizado por la historiadora y crítica de arte Mercedes Rozas.

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“La imaginación está limitada por la realidad. No se puede imaginar lo que no existe de ninguna manera. Se necesitan objetos, paisajes, números, planetas, y se hacen precisas las relaciones entre ellos dentro de la lógica más pura”.

Federico García Lorca

 Lo que se ve

Hace tiempo que se inició una dura y larga partida de ajedrez entre el hombre y la naturaleza, décadas en las que hostiles movimientos de piezas, financieras y políticas, han consentido que la explotación forestal, la especulación constructiva, los vertidos a la atmósfera… forzasen, jugada tras jugada, que la degradación del medio ambiente llegara a una situación límite. La labor del arte en este asunto no es superficial, su implicación comienza ya en los años sesenta del siglo pasado a través de varias líneas de actuación, siendo la del Land Art la que por su vehemencia auguraba expectativas más intensas. La naturaleza es para estos artistas su material de trabajo, el lugar del que extraen contenidos o en el que depositan sus propios contenidos. Las distintas vertientes de este tipo de movimientos participan de una gran complejidad conceptual, cierto es que no siempre bien aceptada, baste recordar las acciones de Robert Smithson, Spiral jetty en el desierto de Utah y el derramamiento de asfalto en un cantera de Roma realizada por el mismo autor, o ya en Nevada el Doble Negativo de Michael Heizer, en el que no tuvo inconveniente en introducir todo tipo de maquinaria para horadar la tierra. Intervenciones discutibles y discutidas, especialmente por el ecologismo, que han quedado documentadas en la historia de la contemporaneidad como manifestaciones que, en cualquier caso, abrieron nuevas vías al dominio artístico actual.

Hay un arte que se compromete con el entorno, recordando las sabias palabras de Jean Clair, no es un “arte amnésico que corriera por sí solo como un pollo decapitado”. El arte de hoy y el artista tienen también una responsabilidad. El acercamiento a la naturaleza parte de aquellas primeras materializaciones a cielo abierto, pero las variables, fundamentalmente desde la década de los noventa del XX, se han multiplicado, explorando y proponiendo campos avanzados de investigación, que se desarrollan, como en el caso de Christian Villamide, dentro de un ámbito de preocupación y compromiso, pulsiones que recuperan el formato del taller para suscitar querencias, emociones, sentimientos, que agazapados en la atalaya de la creación salen a la luz cuando el espectador completa la obra de arte.

“El escultor, decía Medardo Rosso, debe, resumiendo las impresiones vividas, comunicar todo aquello que conmovió su propia sensibilidad, con la finalidad de que, al contemplar su obra, uno sienta totalmente la emoción vivida por el autor observando la naturaleza”. Villamide encuentra la motivación de su trabajo en el territorio, observando todos aquellos aspectos que afectan al escenario natural y su conexión con el individuo, son los mecanismos que impulsan su producción. Esa dialéctica entre arte y vida impresiona luego al espectador y lo conmina a reflexionar. Se crea paisaje porque, como recuerda Raffaele Milani, “el paisaje, parte del mundo y de la naturaleza, es una gran experiencia de la emoción, de la visión, de la contemplación, pero también de la labor humana tal y como se desplegó en el territorio”.

Semeja que este creador multidisciplinar, que engarza pintura, escultura, fotografía e instalaciones bajo un mismo tono lírico, insiste, como en su momento lo hiciera Robert Smithson, en la importancia del factor tiempo, en la necesidad de que la memoria no se diluya en el olvido, en la idea de recuperar el diálogo con el espíritu de nuestro entorno, partiendo al mismo tiempo de una secuencia histórica que sirva de cimiento a su discurso. No existe en su trabajo solo intuición, hay un poso intelectual que se precisa con argumentos propios como cuando hace referencia al paisaje como ente autónomo, alejándolo de etapas pasadas en las que servía como motivo decorativo en la pintura. Si la naturaleza es el pretexto, el paisaje es la construcción, una arquitectura metafórica que recreándose en lo real acaba por convertirse en espejo de nuestra mirada. El artista, ante el inicio de un nuevo proceso, se hace siempre las mismas preguntas: “¿qué hay al otro lado?, ¿qué hay en el interior?, ¿qué hay  en los laterales de las montañas?, ¿qué se oculta?”. La respuesta la ofrece el especialista en paisajismo Javier Maderuelo cuando escribe que el paisaje creado “no es lo que está delante sino lo que se ve”.

Por eso es tan importante el saber ver y apreciar, el llegar a comprender en toda su dimensión estos Paisajes transversales. No hay que buscar en ellos una afección sentimental, tampoco la mimesis de la belleza o de lo amable, ni siquiera restos de un modelo estereotipado o la fisonomía de un horizonte cercano. Es la interpretación de un género, vinculado a la relación armónica del hombre y la naturaleza, que conduce hasta un mundo plástico acomodado con inteligencia a un sentido estético y la representación de un marco significativamente amenazado.

Christian Villamide no es un jacobino de la ecología, su voluntad, sin eludir la elocuencia de lo que ocurre, es la de levantar una respuesta artística, simbólica, que se manifiesta incluso con cierto y deliberado ascetismo de formas, y la sutilidad y delicadeza de quien imagina un mundo mejor. La confluencia de la vida y el arte corre paralela al camino del pensamiento objetivo y la poética de la espontaneidad. Federico García Lorca creía que el poeta debía de “pedir la luna y creer que nos la pueden poner en las manos”, era cuestión de imaginación, aunque está transitase “limitada por la realidad”.

El creador da pues sentido a sus paisajes implicándose en el hecho histórico, pero teniendo como medio el hecho poético. Es la conjunción de lo ético y lo estético la que lleva a trazar propuestas como Naturaleza discapacitada, árboles heridos al que se les adaptan prótesis, férulas de contención contra el deterioro. La ironía y el humor ayudan a advertir del agravamiento de una situación, la inmovilización y tutorización da cada una de las ramas es sin duda una declaración de intenciones; otro tanto ocurre con la serie Paisajes cautivos que proyectan sugerentes sombras sobre la pared, presagio de una situación inquietante, juegos de luces matizadas, que se repiten en Dialéctica del territorio, conformada por distintas piezas que caen en cascada apropiándose del espacio. Todas estas obras se encuentran marcadas por la desmaterialización del objeto y sus no límites en el espacio. Es la nueva concepción de escultura expandida estudiada por  Rosalind Krauss y Lucy Lippard. No hay límites salvo los que el escultor se autoimpone.

En otras apuestas como Serendipia o Herbolarios la planitud ejerce de ventana abierta hacia otra de las premisas de las que parte: la soledad. En medio de la aceleración con que se suceden los hechos, el hombre vive rodeado y está solo en medio del paisaje que ha ingeniado, que él mismo ha manipulado y transformado. Es el jugador de ajedrez instalado ante su propia batalla. A su alrededor se impone el silencio, que lo ha acompañado siempre, el silencio que atraviesa el mármol sobre el que los griegos narraron la odisea del mundo, sobre el que dejaron las huellas de la humanidad, el mismo que sirve de mortaja, que siempre está ahí, desde los orígenes. Villamide vuelve a los orígenes. La dureza del material acaba sometiéndose, sosegándose, haciéndose dúctil, flexible, al mismo tiempo que se llena de texturas aportadas por el lápiz, carbón o pastel. Quizá sea en Herbolarios donde encontramos la sensibilidad del artista que nunca ha dejado de ser pintor. Aquí se justifican los trazos, de una levedad sublime, que caen en una proximidad espiritual cercana a la oriental sobre la superficie blanca e impoluta de la piedra.

La exposición que se presenta en Bus Station Space es una crítica ácida de un problema que acucia en este siglo XXI a una naturaleza cercada por el hombre. El arte mueve fichas describiendo con lirismo el enrocamiento en el que estamos. También la belleza puede ser incisiva y llegar al compromiso. Christian Villamide nos muestra a través de ella lo que está más allá de la pura apariencia, nos descubre “lo que se ve”. Mientras, la partida, por lo de pronto, sigue en tablas.

  Mercedes Rozas

 

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